Hoy no puedo pensar en otra cosa que no sea esa llamada que espero. No puedo concentrarme en el trabajo. Estoy físicamente en la oficina, pero en realidad no estoy aquí, corrijo, mi mente no esta aquí; anda arreglando problemas a pocos kilómetros de distancia.
Ayer mis nervios estaban tan a flor de piel que hice lo que hace muchos años no hacía, llorar en los brazos de mi mamá con desesperación, hasta que los pulmones me dolían del esfuerzo, hasta que las lágrimas se llevaron esa pesada carga y sólo me quedó aquella con la que sí puedo seguir moviéndome.
Mañana no sé qué suceda. Sólo puedo esperar que suceda lo mejor.
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